Quise llorarte muchas noches, pero preferí creer que no valía la pena porque regresarías pronto y todo volvería a ser como antes. Quise llorar las noches que pasamos juntos sin ninguna preocupación, llorar mis silencios voluntarios y las mentiras por omisión. Todo lo que nunca te dije, eso quería gritarte pero ya no me escuchabas. Al fin, al fin, vinieron las lágrimas. Tuvieron que ser de impotencia al principio, porque sólo así me salían, y eran calientes, calientes, ardían en la piel, me dejaron surcos (ese día envejecí un poco); después fueron llegando a la boca y se me volvieron amargas entre los dientes, y las derramé y eran de culpa, culpa como hiel y quise escupirte y deshacerme de tu sabor para siempre y pensar que al cabo era tú decisión y yo no tenía nada qué ver… Y entonces la nostalgia, añoranza mejor, llorar por querer regresar a las mañanas idas, perdidas sus luces.
- Ve al cuarto del fondo, párate frente a la ventana que da al este. – Le dijo más tranquila. – Ahí pon tu cara entre los barrotes y mira hacia adelante. Ve y fíjate bien qué es lo que ves. La primera vez que sentí miedo por ti estaba detrás de esos barrotes y veía a la montaña.
- No hay nada que temer, tú misma lo dijiste. Es sólo el miedo a uno mismo, a lo desconocido.
- No me entendiste. No te dije suficiente. Entendiste lo que necesitabas, y con eso te justificaste. Mis palabras tenían un sentido que no estaba lista para explicarte.
- Anda, explícamelo entonces.
- Yo… Ahora parece tan irreal… No es algo que se deba entender… Es sólo que… tenía tanto miedo, tanta culpa… Yo… tendría que contarte toda la historia, cuando sea historia, porque ahora aún está viva y si te la cuento… quién sabe qué podría pasar.
- ¿Viva dices…?
- Una parte, en donde yo ya no tengo ningún papel. Viva a medias, pero viva.
Esa noche que te llamé me contestaste raro. ¿Qué estabas haciendo? Todos lo sabían, o lo sospechaban, y yo no quería creerlo pero te oías tan raro que me entraron las dudas. En la montaña. A mí también se me apagaron todas las luces, y las montañas se me vinieron encima toditas en su negrura verde profunda de invierno. Se quemaron, se hicieron humo que era lo que tenías en la lengua cuando me hablaste porque tu aire estaba cargado. En cuál de todas, en ésta, en ésta, en ésta, en cualquiera, en todas, en la primera que se me pusiera enfrente y se me viniera toda encima con todo el peso denso de tu lengua de humo mágico alucinado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
no lo entendí creo. Pero está curiosamente interesante.
Publicar un comentario