Ayer estuve dando vueltas en el edificio abandonado de la calle de atrás, en el que me prohibían entrar de pequeña, porque estaba siempre a punto de derrumbarse. El edificio gris del que los niños de la vecindad inventaban historias espeluznantes, de monstruos, de fantasmas, de ocupaciones extraterrestres. Ayer salí a dar un paseo por la calle de mis juegos de niña, y la vi más larga de lo que la recordaba. Y la vi mucho más amplia, mucho más verde, mucho más acogedora de lo que la soñaba.
Al fondo, imperturbable por el ruido del mundo, estaba el viejo edificio. Olvidada por el imaginario de los adultos - todos caminando al trabajo con un ritmo muy fijo, un andar muy decidido de maquinarias que funcionan a la perfección – se erguía la torre de concreto, soberbia en su abandono.
No sé qué me atrajo de su apariencia fría, tal vez un brillo distinto al del resto del paisaje, tal vez la instrucción de mi recién estrenada rebeldía, tal vez el reflejo de un rostro amable en una de sus ventanas más altas. La puerta estaba abierta y entré sin pensarlo mucho. El antiguo miedo no sé qué me lo quitó. Tal vez la profunda tristeza que sentía por haber abandonado, repentinamente y sin mayor explicación, la intimidad cálida del hogar de mi alma. Quizás el frío que me provocó la huída, o la necesidad de un refugio para llorar sin vergüenza.
En ese tono entré al extrañado edificio. Con la calma que nos da la certeza de que las cosas no nos pueden ir mucho peor, me aventuré entre las empolvadas habitaciones que se me abrían sin dificultad. Conforme subía por las escaleras, las lágrimas me corrían por la cara y los ojos me empezaban a arder. ¡Fuego del espíritu que quema la vista! ¡Agua hirviendo que lava la memoria! No había razón para temer más a los fantasmas de afuera que a los fantasmas de adentro, no había miedo alguno a lo alienígena de la escena que superara el terror ante lo irreconocible de mi propio corazón.
De pronto escuché una risa y me detuve. Me asusté, sonaba muy familiar. La busqué por el cuarto en donde estaba, uno con ventanas amplias. Me vi jugando de pequeña, sola, inventando cosas. Me vi preguntando, me vi peleando y haciendo siempre lo que quería. Crecí caminando en contravía sin desear avanzar hacia el lado correcto, pero inevitablemente llegué a un cruce y me pregunté si no sería más fácil seguir las reglas del tránsito. Me detuve a pensar… un año, dos años, tres años… la vida entera pensando, quizás…. O un instante. Pero entonces me vi, en aquel salón tan alto sobre la vieja calle, y abrí los ojos…
Hoy me levanté y me sentí más mujer, más segura, más firme. Hoy agradecí porque no tengo razón alguna para no levantar la mirada y ver a la vida a los ojos. Hoy me di cuenta de que toda la vida supe que ahí era donde quería estar, en el edificio que a todos da miedo, en el espacio más alto, más grande, más amplio del alma. No quiero ser quien soy para los demás. Quiero ser yo por mí misma, buscar mi definición en mis propias palabras y construirme con pedazos de mi propia vida. No intentaré más huir de mi camino… no ignoraré la risa ni el llanto. No intercambiaré tristezas por hastíos, ni preferiré la comodidad mediocre a la renovación, por dolorosa que sea.
Al fondo, imperturbable por el ruido del mundo, estaba el viejo edificio. Olvidada por el imaginario de los adultos - todos caminando al trabajo con un ritmo muy fijo, un andar muy decidido de maquinarias que funcionan a la perfección – se erguía la torre de concreto, soberbia en su abandono.
No sé qué me atrajo de su apariencia fría, tal vez un brillo distinto al del resto del paisaje, tal vez la instrucción de mi recién estrenada rebeldía, tal vez el reflejo de un rostro amable en una de sus ventanas más altas. La puerta estaba abierta y entré sin pensarlo mucho. El antiguo miedo no sé qué me lo quitó. Tal vez la profunda tristeza que sentía por haber abandonado, repentinamente y sin mayor explicación, la intimidad cálida del hogar de mi alma. Quizás el frío que me provocó la huída, o la necesidad de un refugio para llorar sin vergüenza.
En ese tono entré al extrañado edificio. Con la calma que nos da la certeza de que las cosas no nos pueden ir mucho peor, me aventuré entre las empolvadas habitaciones que se me abrían sin dificultad. Conforme subía por las escaleras, las lágrimas me corrían por la cara y los ojos me empezaban a arder. ¡Fuego del espíritu que quema la vista! ¡Agua hirviendo que lava la memoria! No había razón para temer más a los fantasmas de afuera que a los fantasmas de adentro, no había miedo alguno a lo alienígena de la escena que superara el terror ante lo irreconocible de mi propio corazón.
De pronto escuché una risa y me detuve. Me asusté, sonaba muy familiar. La busqué por el cuarto en donde estaba, uno con ventanas amplias. Me vi jugando de pequeña, sola, inventando cosas. Me vi preguntando, me vi peleando y haciendo siempre lo que quería. Crecí caminando en contravía sin desear avanzar hacia el lado correcto, pero inevitablemente llegué a un cruce y me pregunté si no sería más fácil seguir las reglas del tránsito. Me detuve a pensar… un año, dos años, tres años… la vida entera pensando, quizás…. O un instante. Pero entonces me vi, en aquel salón tan alto sobre la vieja calle, y abrí los ojos…
Hoy me levanté y me sentí más mujer, más segura, más firme. Hoy agradecí porque no tengo razón alguna para no levantar la mirada y ver a la vida a los ojos. Hoy me di cuenta de que toda la vida supe que ahí era donde quería estar, en el edificio que a todos da miedo, en el espacio más alto, más grande, más amplio del alma. No quiero ser quien soy para los demás. Quiero ser yo por mí misma, buscar mi definición en mis propias palabras y construirme con pedazos de mi propia vida. No intentaré más huir de mi camino… no ignoraré la risa ni el llanto. No intercambiaré tristezas por hastíos, ni preferiré la comodidad mediocre a la renovación, por dolorosa que sea.
1 comentario:
Wow, en serio, me encantó. Sentí como si hubiera entrado en un viaje de niña adulta, rescatando la alegría de la niña para llenar ese abismo que había lleno de tristeza e incongruencia en tu corazón. No sé pero sentí como que había mucha energía y libertad en esa niña, la Marcecita, que aspiraba tomarla de la grande, La marce. Y por último sentí como tomaste tu destino y lo viste de frente. Gracias por esto Marce. () me encanta eso que hayas estudiado para traducir se nota la forma tan perfecta en la que escribís i globe it! and you!
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