Se condensó el vapor de la tristeza, que se elevó desde las tierras del desencanto hacia los cielos oscuros de la resignación. Ascendieron las nubes del dolor, altas e inalcanzables, hasta que el cielo permaneció eternamente gris y el manto pesado de la espera cubrió la tierra y todo lo que estaba en ella quedó en penumbra. ¡Cuánto ansiábamos que cayera el aguacero final, los truenos, los relámpagos de la ira y la desilusión! El diluvio arrasaría con todo, pero al menos se disiparían las nubes y el firmamento aclararía por fin. Por fin podríamos tener un atisbo de estrellas y tal vez el mundo sería de nuevo un lugar claro. Pero en la esfera perdura el llanto, y el velo de esta duda está hecho de un material que sólo se disuelve con las lágrimas. Hasta que no recordemos cómo invocar su poder sanador, hasta que no las dejemos correr libremente, permanecerán congeladas en la estratósfera en cristales que sólo terminarán por desgarrarnos el alma.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
hay no, porqué será que a veces nuestra almas recorren cientos de kilómetros antes que los demás? a veces eso me enfurece. Pero he de decir que con lo sensible que estoy llorando.
Publicar un comentario